¿Cómo trabajar
la enseñanza en la escuela y no pensar su intimidad? Mejor, ¿cómo pensarla y no
traducirla en ideas que la tematicen?
Pienso que,
plantearse un interrogante de este tipo y ponerse en la tarea de despejarlo,
es, en otros términos, pretender asumir como propia la arista de la
profesionalidad del oficio, o una de las aristas de ese particular universo de
la identidad profesional de la docencia y los docentes.
Pero a ese
primera pregunta, le pueden suceder otras de mayor complejidad: ¿Es posible
pensar una ética de la labor docente?. ¿Lo que se hace en el trabajo docente,
el producto de esta labor, merece ser tratada como objeto de estudio, de
investigación por los maestros mismos?. En correspondencia, ¿deben existir unos
espacios para compartir entre maestros y con otros profesionales, sobre tales
investigaciones? Para efectos de hacer posible estas realizaciones, ¿los maestros
deben plantearse unas reivindicaciones a conquistar, en razón a lo cual un
interlocutor necesario a considerar es el Estado, el gobierno?
Todas estas cuestiones
definen un ámbito especialmente significativo de la personalidad de los
educadores como colectivo profesional.
En la medida en
que los maestros, desde el pre-escolar hasta el nivel universitario, pasando
por la básica primaria, secundaria y la media, hagan consciencia de este, su
entorno profesional y, lo asuman, encarándolo de modo profundamente reflexivo y,
realizando sus competencias para
apropiarse intelectualmente de tal campo como objeto de su pensamiento que con
rigor conceptual, científico, toma
distancia de su engranaje operativo y su acontecer cotidiano. En esa medida definen su rostro profesional,
otorgándose unos hitos de identidad.
No dar cuenta de
esa dimensión, que no brota de la mera espontaneidad, es quedar reducido como
colectivo a una masa informe. Y el maestro en su individualidad, a un
funcionario cualquiera a quien se le paga una remuneración por un operar
laboral que lo enajena.
Llegado a este
tramo, es pertinente aseverar que para portar una conciencia y estatus de
profesional, no basta saberse titulado. Hay que labrarlo. Es una realización. Y
en nada hay que asimilarlo a vida sindical del asalariado. No son opuestos. No
se excluyen. Son diferentes. Tan diferentes,
que por lo general, el ser, la tradición de lo sindical no realiza la
substancia de la profesionalidad; y cuando cree que sí lo hace sólo se ocupa de
lo que podría llamarse el “salario digno” correspondiente al profesional.
Por la aptitud, y por la actitud, que no se limita a su ocuparse cotidiano en la clase, y
que se extiende a su hacer frente a ese universo en el que trabaja, usted amigo docente, colega, ¿responde
al ser del maestro profesional? ¿Tiene
identidad profesional? ¿Cuáles los frutos o productos o realizaciones que lo
distinguen como un profesional o como un educador con profesionalidad?
Usted podría aproximarse a su real condición
si hace sostenible una respuesta elaborada que ponga de manifiesto sus
realizaciones a lo largo del ejercicio de su trabajo en educación, entre otros
aspectos develando su aptitud y su actitud con respecto a ese universo.
Intercambiar sus
elaboraciones con sus iguales, pares o colegas, es uno de los rasgos de
profesionalidad. Cuántas veces ha sido usted, ponente o sujeto de experiencias
o investigaciones en congresos, encuentros, seminarios o simposios?
En la
perspectiva planteada, huelga establecer si la práctica social de ejercicio de
maestro es simplemente la de “reproductor” de discursos “ajenos” ni siquiera
desmontados por el maestro en cuestión o, si se inscribe en procesos generadores de
conocimiento a partir de la puesta en marcha de proyectos que involucran
fuentes diversas y campos de validez empírica, de los
cuales, estudiantes y educador, son sujetos.
Ramiro
del Cristo Medina Pérez
Santiago de Tolú, mayo 31 - 2013